Los protagonistas de RAIZ SPINETTA, por DANIEL MARISCAL: MACHI RUFINO
22/05/2016
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BIBLIOTECA SPINETTA: «Los libros de la buena memoria», visita guiada al archivo

En octubre de 2012, la Biblioteca Nacional que dirigía Horacio González, organizó una exposición para homenajear a Luis, a ocho meses de su muerte. La muestra, curada por Eduardo Martí, fue armada con manuscritos inéditos (poesías, dibujos y letras de canciones), más libros, discos y fotografías (privadas, profesionales, documentales y artísticas).
El encuentro rescató el universo del artista a través de sus producciones y el mundo del hombre, a través de las lecturas que amaba y la música que escuchaba.

El valor agregado de la idea, fue la edición de un libro, que contó con un texto de González («Eternidad: Lo tremendo»), filosofando alrededor del Flaco: «Llamaban la atención sus énfasis, aunque sus hipérboles eran dichas en tono humorístico. Quizás todo exceso, toda ponderación, es un rasgo de humor, un saludo a lo que desearíamos del mundo antes que la forma real en que el mundo se nos da. Había un extraño recitado en su forma de hablar, pero es lógico: también en su forma de cantar, siempre con una resolución final cercana a la desesperación. Un plañido retenido, insinuado apenas, pero siempre presente. ¿Pero lo definimos bien de este modo? ¿No es todo el rock, ‘el rock del bueno’, como decía Fogwill, completamente así? Quizás esa cauta desesperación de fondo precisaba de un fraseo que recubría todo de un lamento, con un cosquilleo gracioso. Era su delibe-rada mímesis infantil. Parecía a veces pedagógico, demasiado explicativo, cultor de locuciones amorosas, dichos familiares con un chasquido final de complacencia, con el que seguramente quería decir que no había que tomar al pie de la letra ninguna expresión, casi nada de lo fraseado. De ahí cierto tono sentencioso que caracteriza todo lo spinettiano.

Informe Biblioteca 01

Un tono que entremezcla la plegaria, el rezo, la esquiva eternidad y una reverencia para entendidos con la que se saluda al mundo: lo tremendo. Adjetivo spinettiano, quizás del acervo más prístino del rock, pero que en él era el reemplazo de una palabra ausente que no sabríamos decir cuál es. Lo tremendo es lo indecible pero dicho con una palabra genérica, habitual. Era un homenaje a la necesaria cuota de hermetismo de su música. Sabía que la cultura contemporánea destina una
máxima cuota de indulgencia cuando la vocación de reunir miles de espectadores 
en ciudades, teatros y estadios puede estar ligada a poéticas que ofrecen un primer rostro indescifrable. Lo hermético, en última instancia, es un juego libre con el lenguaje que permite que aparezca la incógnita de la inmortalidad. Incluso los mánager lo sospechan. Tremendo es el excedente inexplicable de la existencia, expresión que une a pesimistas y a optimistas sin que ellos lo perciban. Al parecer Spinetta aceptó en sí formas extensas de esa unión. A Luis Alberto Spinetta lo perseguía, como a todo gran cultor del rock, el enigma de la eternidad. ¿Por qué somos jóvenes y después somos viejos? Quizás esa es la máxima pregunta del rock, aunque no puede hacerse en cualquier momento. El asombro por el hecho de ver la vida pasar, base natural del temperamento lírico y nostálgico, encarna secretamente el espíritu del rock. Basta ver al rockero viejo. Lo hace por algo que nunca está tan claro. Pero comprender esta circunstancia sólo les es dado a no muchos músicos; entre ellos, aquel del que ahora hablamos. La idea de hacer un último concierto llamado Las bandas eternas -ocurrió en el año 2009 en el estadio de Vélez Sarsfield, durante más de cinco horas continuas-, era un desafío a la imaginación musical de un país. Si se ven las imágenes de ese
concierto, se percibe que se quiso consumar una celebración póstuma, un punto de repaso de lo anteriormente ocurrido pero proyectándolo en lo que el rock no se atreve a decir claramente, su compromiso irónico con el temperamento religioso. 

No con las religiones, sino con su aspecto irónico. ¿Cómo es la ironía religiosa? Se parece a la religión, pero es sólo parte de la religión. Pero se querría decir: así como están las cosas mundanas, sólo las bandas son eternas.

Por eso, el rock universal, y desde luego el que se hizo aquí y hasta aquí, en lo que ahora podemos llamar fugazmente “la época de Spinetta”, es un canto irónico a la religión, una religión sustituta y una forma de asumir religiosamente todo lo que la religión prohíbe. El rock confirma todo lo religioso desde el ángulo del combate a la prohibición y una ficcionalización del éxtasis sexual. Pero este es precisamente el tema esencial de los transes religiosos. Por eso los pocos místicos contemporáneos que conservan cierto interés -no estamos, es claro, en la época de Meister Eckhart-, propusieron lo más difícil. Pasar por encima de las determinaciones del mercado, que son notables y abrumadoras en el rock, para ver en estos planos subterráneos del fetichismo de la mercancía, ribetes de fetiches de resurrección y misticismo, con el agregado de ciertos toques de nominalismo esotérico, como en el notorio e interesante caso de Prince. Mercado, fantasía y coqueteos con la alta poesía; también con los misterios del nombre.

Spinetta descubrió todo esto por sí mismo y protagonizó una religiosidad basada en los pequeños milagros cotidianos, en la naturaleza dadivosa y en reconocimiento a los ignotos sacrificados del vivir diario, esto es, los que mueren fuera de toda hoja de ruta épica o trascendental. Su último escrito advirtiendo que estaba enfermo es una página irónica -como decimos- y profundamente grave. Parece un boletín informativo criticando la ferocidad de los medios de comunicación (era uno de sus temas), pero es una pieza donde brilla (este verbo era suyo) una lengua coloquial y
sumamente extraña, que actúa con un distanciamiento que tiene algo de profético: ‘Quiero agradecer a todos por la buena onda que he recibido, y pedirles que no paniqueen, y no tomen en cuenta las noticias que han generado los buitres de turno. No tengo ninguna red social, ni Twitter, ni Facebook, etc., por lo tanto todo lo que lean al respecto es falso. Pertenezco a Conduciendo a Conciencia, y les recuerdo que ahora en las fiestas, si van a conducir no deben beber’.
Son palabras de la circunstancia hablante de una época, simples oraciones que van del modismo convencional (buena onda) a la elocuencia sarcástica (no paniqueen) pasando por la recomendación un tanto evangélica, o si se quiere, de las agencias de la vialidad pública, ¡de no beber al conducir! Es un texto enojado y dolorido que encubre una elegía, fabricada con herramientas absurdas de la realidad que estaba viviendo, donde palabras como Facebook o Twitter, moderadamente repudiadas, producen un sobresalto definitivo. ¿Era necesario encabezar este escrito con una suerte de cédula de identidad, diciendo “Mi nombre es Luis Alberto Spinetta. Tengo 61 años y soy músico. Desde el mes de julio sé que tengo cáncer de pulmón? Rabia y serenidad, la certeza de un nombre y una edad, en contraste con la palabra señera e inevitable de la enfermedad. Hay que estar merecidamente triste e indignado para hacer eso.
Hay un tema de gran conocimiento popular y juvenil, cuyos autores son Charly García y Spinetta: “Rezo por vos”. El uso del voseo para presentar la palabra que, por excelencia, es la que activa la noción de lo religioso, introduce una ligera familiaridad en la frase. Pero esta familiaridad es un sentimiento falso; se trata de un tema tremendo.

Apelamos nuevamente a este concepto spinettiano, que quiere decir lo indecible y lo gracioso al mismo tiempo. He visto por Youtube -una suerte de profanación en el acto de mirar- varias versiones de “Rezo por vos”. Prefiero la que hace García con Spinetta de invitado, que la que hace Spinetta con Charly de invitado. ¿Pero por qué esto? Es que está de por medio la vestimenta. García se viste para asombrar, para revelar su fragilidad, para saltar de un estado a otro de las significaciones. Va del traje de clown al de corredor de bolsa. En la versión que me gusta luce un poncho absurdo, pero es absurdo todo lo que se pone encima, porque se trata de la indumentaria del rock, la que siempre dice que no creamos en ella, que es pura escenografía para ayudar a la religión a no creer en sí misma. La religión en el rock es una alusión incrédula. En el tema que comentamos se dice: ‘La indómita luz / Se hizo carne en mí / Y lo dejé todo por esta soledad / Y leo revistas / En la tempestad / Hice el sacrificio / Abracé la cruz al amanecer / Rezo, rezo, rezo, rezo por vos. / Morí sin morir / Y me abracé al dolor / Y lo dejé todo por esta soledad / Ya se hizo de noche / Y ahora estoy aquí/ Mi cuerpo se cae / Sólo veo la cruz al amanecer / Rezo, rezo, rezo, rezo por vos. / Y curé mis heridas / Y me encendí de amor / Y quemé las cortinas / Y me encendí de amor, de amor sagrado. / Y entonces / Rezo, rezo, rezo, rezo por vos’.

Notablemente, aquí la forma musical y la letra obedecen a impulsos que caracterizan la obra de Spinetta, de García y también de Páez. Caída y redención, con el chamuscar gracioso de ciertas cortinas. Caer en picada desde lo alto hacia la región donde se encuentra la masa amorfa de la vida, la cotidianeidad en estado bruto, que suele resolverse en frases habituales de esta poética, como ‘leo revistas en la tempestad’. La canción se ejecuta en tono épico y elegíaco, lo que parece una paradoja más de esta composición. Se canta con rabia, con alegría, pero todos saben que es una plegaria mayor con miles de personas en una cancha de fútbol mientras esperan la bengala perdida. Quizás a todos les de ganas de estar allí en el escenario, lo que no debe ocurrir siempre en la relación del público con su idola tribu o sus idola theatri, pero está claro que el papel del público, como el de las hinchadas, es determinante, y de tanto en tanto les espera una tragedia -muerte por emboscada de otra tribu, represión policial, bengala extraviada-, mientras son iluminados espectralmente por los complejos juegos de luces del estadio. Spinetta hace este tema cuidadosamente, como rockero maduro que sabe lo que se juega allí, en la relación con los oscuros e indistinguibles dioses del estadio, refugiados en el exorcizo spinettiano del lenguaje, que ofrece claves (‘bebe desde el columpio el agua de la miseria’) en las que intervienen llamados a la reconciliación con la naturaleza y la fisura fatal que la impide. Por eso el músico habla, para advertir que esa forma del mundo no es la que conviene, y alerta a los demás.

En la primera versión que graba Spinetta de ‘Rezo…’ en el álbum Privé, según me indica el músico Guillermo Klein, unas líneas fundamentales están cambiadas. En vez de ‘Y leo revistas en la tempestad’, Spinetta dice: ‘Y leo revistas en la tentación’. En verdad, las letras, las palabras, nunca están seguras. Pero parece superior la fórmula de leer revistas en la tempestad, pues la abstracción por la que la sustituye –la tentación–, les otorga una obviedad de índole moral que no reemplaza adecuadamente a la tempestad, palabra poética que introduce un fuerte condicionamiento a la lectura, la convierte en verdad en una lectura imposible de los demonios de la naturaleza, fuera de cualquier movimiento del sujeto espiritual. El tono burlón-sacrificial de la composición admite más la tempestad que la tentación.

En ese sentido ‘Instantáneas de la calle’, de Fito Páez -lo mencionamos porque el tema pertenece a La la la, su recordable encuentro con Spinetta en un disco común-, desea conservar el modo en que el mundo se fragmenta en pedazos que sólo pueden ser objeto de una enumeración lírica, con la religión que invierte una relación del todo con la parte: si se pudo decir que la religión ‘es una parte’, aquí la religión integra algo mayor pero afín: es ‘parte del aire’. Esto lleva a una cotidiana sacralidad diseminada, apta tan sólo para comprobaciones de una libreta de apuntes que anota raciones incongruentes del mundo, al que de paso, sin pretender salvárselo, se le ofrece una dádiva provisoria, por si acaso. Sólo que la oferta, aunque prudente, es máxima. Es el corazón. ‘Veo una separación, un choque, un estallido, una universidad, viven haciendo las paces, hay un chico que se escapa, un toro, una señora, un cielo, un capitán, y yo sigo con vos, sabés, se hace difícil seguir, anclado aquí sin tu amor…’. El toque urbano ofrece sus astillas caóticas, los objetos presentes llevan al absurdo o a la incompatibilidad, pero están allí. Anclados. Antiguo verbo del tango. Que implica que se está bien, pero siempre falta algo. Dulcemente encallados. El acto del cual estas estrofas descienden siempre es el de leer revistas en la tempestad. La tentación es un sentir que carga cierta religiosidad, pero de menores alcances poéticos.

 

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